Nos dijeron que al hombre le corresponde proveer y a la mujer le corresponde cuidar. Aludiendo a diferencias biológicas entre hombre y mujer, nos han dicho que las mujeres somos “naturalmente” mejores cuidando a los hijos, lo cierto es que no hay ningún sustento biológico para esta división arcaica de roles y tareas, que hoy sabemos es sexista y excluye a las mujeres del trabajo pagado.

Nos dijeron que el trabajo no remunerado es amor. El trabajo no remunerado, doméstico y de cuidados, al que las mujeres dedican 50 horas a la semana, tiene un valor cuantificable en dinero, que va mucho más allá del agradecimiento de una sociedad que promociona el sacrificio de las mujeres como una virtud aspiracional. Representa también la infraestructura viviente del país, y las mujeres no tenemos por qué cargar con el 75 por ciento de un trabajo del cual claramente todos nos beneficiamos.

Nos dijeron que las mujeres somos histéricas por naturaleza. Que somos seres inundados de emociones, lo cual en automático nos imposibilita dirigir nuestras vidas, una empresa, no se diga una nación, cuando el problema es un lugar de trabajo que fue pensado para los hombres. Es hora de que las emociones tengan cabida en el trabajo y que reconozcamos la forma en la que éstas fortalecen el liderazgo de mujeres y hombres.

Nos dijeron “estudia mucho mijita, para que te vaya mejor”. Pero no nos dijeron que la meritocracia es un mito para las mujeres pues, aunque hoy se gradúan más mujeres que hombres de universidad y posgrado en México, apenas 4 de cada 10 mujeres tienen acceso al trabajo pagado, mientras que, en el caso de los hombres, 7 de cada 10 lo tienen; y que la brecha salarial de género, que en Nuevo León es del 17 por ciento, se amplía más conforme más alto sea el grado académico de una mujer. No se trata de prepararnos más, llevamos años listas, es hora de que se eliminen los prejuicios de género que nos impiden avanzar en el trabajo.

Nos dijeron que las mujeres no somos buenas para las matemáticas, ni para la ciencia, la tecnología, la ingeniería. Entrar a las áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas ha sido difícil desde que nos dijeron que, para ser programadora, ingeniera o científica, se necesita ser sumamente brillante y que, ser brillante, es cosa de hombres. La realidad es que ser brillante o ser genio no está determinado por el género y ya va siendo hora de que dejemos de verlo como tal.

Hoy sabemos mejor.

Hoy sabemos que los estereotipos de género dan pie a prejuicios que generan desigualdad. Que el lugar de trabajo está repleto de prejuicios de género desde que fue diseñado por y para el hombre, en una época en la que era el único ser humano que existía en dicho espacio. Que mujeres y hombres asumen costos al participar en el trabajo pagado, pero estos costos no son los mismos.
 
Hoy a las mujeres nos toca cuestionar estos mitos, planear desde lugares más informados y cerrar brechas. Como sociedad nos corresponde ser intencionales en dejar de perpetuarlos y en construir espacios de trabajo más equitativos e incluyentes.

La autora es es abogada, directora de Womerang, A.C. y Cónsul Honoraria de Suecia en Nuevo León y Coahuila.