'AMAR A TU PRÓJIMO'

JESÚS MARROQUÍN,
104 AÑOS

A donde vaya, Jesús Marroquín despierta asombro por su edad. No todos los días se encuentra un hombre de 104 años que camina sin apoyo, baila con pasión, habla dos idiomas, cocina sus dulces favoritos y hasta maneja la cuatrimoto.

Jovial, cuenta que nació en Santiago a la una de la tarde del 5 de noviembre de 1920.

“No tengo problemas de ningún tipo, estoy perfectamente bien”, afirma Jesús, de gran memoria: recuerda apellidos, fechas, direcciones.

“Esta gripita que traigo es porque en la sierra me compré una paleta de hielo”, añade riendo.

Como muchos de aquella época, creció en una familia numerosa que trabajaba en el campo. De chico le tocó sumarse a la labor, pero la agricultura, dice, no era lo suyo.

Su pasión la encontró en las máquinas. Tras haber cursado sólo parte de la primaria, en 1943 inició como ayudante mecánico y, en 1955, se fue a Estados Unidos, donde lo ayudaron a legalizarse y estudiar.

En 1968 entró a la empresa Solar Turbines, donde estuvo 30 años: su mayor satisfacción de vida.

“Ahí aprendí de turbinas para zonas petroleras y empecé a viajar por Sudamérica, México, Estados Unidos, Asia y Europa”, recuerda con orgullo Jesús, quien se formó como carpintero, electricista, mecánico y soldador en la “escuela de la vida”.

En las paredes de su casa tiene decenas de fotografías que cuentan su historia.

Mientras cuenta anécdotas, señala imágenes en las que aparecen sus hijos: tuvo nueve a lo largo de tres matrimonios.

Desde hace 25 años tiene una relación con su cuarta pareja, Lupita González, con quien comparte sus días, alternando entre Santiago y Estados Unidos.

“Todos me preguntan cuál es el secreto de una larga vida”, dice. “El secreto es amar a tu prójimo como a ti mismo”.

La realidad es que ha procurado cuidar su salud. Cuenta que de niño tuvo enfermedades que fueron aliviadas con remedios naturales. Y, a diferencia de su padres y sus hermanos, decidió no fumar.

“Cuando tenía 12 años compré una caja de cigarros argentinos. Probé uno, no me gustó y pisoteé la caja”, señala.

“Mi padre y mi madre fumaron, se fueron a los 82 y 83 años; mis hermanos también eran fumadores, y se fueron a los ochenta y tantos. Y yo aquí ando todavía”.

A la fecha es mesurado en su alimentación. Su única debilidad es el azúcar: le encantan los pasteles y cocina sus propios dulces de leche con nuez.

Entre sus pasatiempos están jugar dominó, bailar, fabricar vino de granada y manejar su cuatrimoto en la sierra de Santiago, donde pasa los veranos.

Quizá, dice, Dios tiene un propósito para él y por eso sigue aquí. Ante la duda, Jesús sigue sonriendo a la vida y preparándose para celebrar sus 105 años.

DEVOTA DIGITAL

MARÍA DE LA ROSA,
100 AÑOS

Cuando María de la Rosa era niña, el internet no era ni siquiera un cuento de ciencia ficción; hoy, a sus 100 años, se ha convertido en una predicadora digital de su religión.

“Antes salía a predicar, nada más que me caí y traigo rota la cadera, entonces ahora me conecto en la computadora”, cuenta orgullosa esta vecina de Guadalupe.

“Mis hijas me enseñaron. Le batallo, no crean que soy muy ágil, pero sí puedo”.

María nació el 2 de abril de 1925 en un pequeño rancho de Hidalgo, Tamaulipas. Su padre murió cuando ella tenía 4 años.

Lo que más recuerda de su infancia es que creció rodeada de parcelas y ayudaba a su madre en el cuidado de animales y algunos cultivos.

“Trabajaba en el campo, teníamos vacas y las ordeñábamos, a los becerros los llevábamos a tomar agua y a comer, era trabajo que hacíamos diariamente”, sonríe.

“Hacíamos quesos, los vendíamos y a veces los usábamos para comer. También sembrábamos el maíz”.

Estudió sólo el primer grado de primaria, se casó a los 24 años y llegó a Guadalupe en 1967, donde crió a los seis hijos que tuvo con su esposo Juan Rubio, ya fallecido.

Aunque creció católica, siendo adulta se integró a los Testigos de Jehová, religión que le ha dado sentido a su vida.

Tres veces por semana instala su carrito de predicación en la cochera de la casa y también se conecta con otras compañeras para escribir cartas que después reparten.

“Pienso que la buena salud será la ayuda de Jehová, porque a mí no se me olvida nada, me acuerdo hasta de dónde jugaba y con quién me peleaba de niña”, ríe.

Sus hijas destacan que, con excepción de la fractura de cadera, su madre no ha presentado problemas de salud.

María camina con su andadera -que a veces ni necesita-, cuida de sus plantas, se prepara café y tiene una gran vista que le permite seguir bordando sin lentes.

Su mayor aprendizaje de la vida ha sido la Biblia: “Eso ha sido algo muy maravilloso para mí”.

DEDICADA A LA SALUD

MARÍA DEL SOCORRO ESPARZA,
102 AÑOS

El sueño de María del Socorro Esparza, hoy de 102 años, era ser enfermera.

No pudo cumplirlo, porque su padre falleció cuando era adolescente, por lo que ella y sus hermanos tuvieron que dejar la escuela para ayudar a su madre.

Pero la contrataron en una farmacia homeopática, donde trabajó por 12 años y desarrolló conocimientos terapéuticos que todavía hoy pone en práctica.

“Estuve aprendiendo cómo se preparaban las medicinas, cómo se extraían los jugos de las plantas. Yo preparaba todo”, cuenta Socorro, residente de San Nicolás.

“Siempre me he tratado con homeopatía cuando me da gripa o algo así”.

Nacida el 31 de diciembre de 1922 en Monterrey, Socorro atesora en su memoria los días de verano cuando jugaba con sus primos en el campo.

Se acuerda que un día se quebró el brazo al caer de una tapia y lo destaca porque asegura que nunca se volvió a caer, hasta hace un par de años, y desde entonces usa bastón para caminar.

A pesar de aquellos incidentes, goza de buena salud: no tiene enfermedades ni toma medicamentos, y sus estudios médicos salen a la perfección.

“Me decía el doctor: ‘Estoy más enfermo yo que usted'”, exclama entre risas. “Jamás he estado en una cama, siempre me siento bien”.

Socorro dejó su trabajo en la farmacia a los 24 años, cuando contrajo matrimonio. Tuvo ocho hijos.

Desde entonces se dedicó por completo al cuidado de la familia y el hogar, pero tuvo oportunidad de estudiar repostería y conservación de alimentos.

Uno de sus mayores gustos era cocinarle tamales a su marido, ya fallecido, y hornear pasteles a sus hijos.

“Ahora tejo”, comparte. “Hago blusas, suéteres, capas, corbatas”.

Sus hijas creen que la buena salud se debe a que siempre cuidó su alimentación y sus horas de sueño. Todos los días despierta después de medio día.

Más que para ella, lo único que Socorro pide es que sus hijos tengan salud, en la que ella participó tanto con sus conocimientos.