VIRGEN DE GUADALUPE

Óleo sobre tela, de autor anónimo

Esta pintura del siglo 18 representa una de las narraciones cumbre del contexto guadalupano: las apariciones de la Virgen de Guadalupe al campesino chichimeca Juan Diego Cuauhtlatoatzin entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531.

Entre los elementos que enmarcan el óvalo que rodea a la Virgen, son las letanías marianas del Rosario, como Rosa Mística, Reina de los Mártires y Reina de los Patriarcas.

La iconografía refuerza su conexión con figuras prehispánicas como la diosa Coatlicue, y refleja la fusión entre la religiosidad indígena y la tradición católica europea.

El manto de estrellas de la Virgen del Tepeyac, que representa el cielo y las constelaciones, junto con su túnica, no sólo tiene valor estético, sino que aporta riqueza simbólica.

Elementos como la cintilla de vientre, que denota embarazo, y el ideograma del “tepetl” (cerro, en náhuatl) en su prenda subrayan la conexión de María con su hijo, Jesús, con la tierra mexicana y sus pobladores.

Una curiosidad: Una de las manos de la Virgen de Guadalupe es de tez blanca y la otra, de tez morena, esto como símbolo de unión de dos culturas.

VIRGEN DE GUADALUPE CON LA SANTÍSIMA TRINIDAD, SAN IGNACIO DE LOYOLA Y SAN ANTONIO COMO TESTIGOS

Óleo sobre tela, de Miguel Cabrera

La obra pintada en 1767 destaca la relevancia de la Virgen en la espiritualidad novohispana.

Este óleo sobre lienzo presenta a la Guadalupana y la sitúa en un contexto de veneración ante la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo), San Ignacio de Loyola y San Antonio de Padua.

Cabrera, conocido por su refinada técnica, plasma en esta obra la profunda conexión entre el arte y lo sacro, resaltando el rol de los jesuitas en la difusión del milagro guadalupano.

La Compañía de Jesús fue fundada por San Ignacio en 1540. Sus miembros arribaron a la Nueva España en 1572 y para el siglo 18 había crecido y consolidado muchas fundaciones.

En la pintura, el santo aparece con su cita emblemática en latín, lema de la orden jesuita y que en español se traduce como “Para la mayor gloria de Dios”.

Cabrera fue uno de los artistas que inspeccionaron entre 1751 y 1753 el burdo ayate de Juan Diego. En aquella época, “los pintores de más crédito” estaban interesados en compenetrarse en las circunstancias de la factura y técnica de la imagen.

Sobre ese estudio, Cabrera publicaría más tarde un texto titulado “Maravilla americana”, en la que analizó de forma cuidadosa los valores estéticos del lienzo guadalupano.

VIRGEN DE GUADALUPE

Filigrana en papel dorado, de Marcelino E. Sánchez Rodríguez y Francisco Cautiño Cárdenas

Creado en 1996, es un altar elaborado en detalle de papel dorado que sorprende por su delicadeza y precisión.

La pieza, en un primer vistazo, parece estar realizado en laminilla de oro, recordando la estética barroca de la joyería de la zona del Istmo de Tehuantepec.

En el centro de esta obra se sitúa la imagen de la Virgen de Guadalupe, rodeada por una cruz y un dragón chinesco, simbolizando el equilibrio entre el bien y el mal.

Esta obra, diseñado como altar, no sólo muestra la Virgen, sino que también incluye elementos significativos como un dosel y un águila desplegando sus alas, que además de ser un emblema nacional, refuerzan la conexión de la Virgen con el patrimonio cultural de México.

La obra es un testimonio de la devoción contemporánea hacia la Virgen, mostrando cómo su figura continúa inspirando artesanos y artistas hasta el día de hoy.
El soporte tridimensional de forma cuadrangular fue realizado para albergar la imagen, como si se tratara de un retablo.

Fuente e imágenes: Museo de Historia Mexicana