Con más de medio siglo y en medio del desierto, en un valle rojizo y polvoriento, sobresalen varias hectáreas que se tiñen de colores vino, anaranjado y un intenso amarillo. Son los sembradíos de las flores de cempasúchil, garras o manos de león y crisantemos, que una familia de García siembra, en el ejido de la Candelaria, en Rinconada.