UNA TRADICIÓN CON MUCHO SABOR

PERFILES E HISTORIAS
Publicación: 14 de octubre de 2012

María Luisa Medellín

Reflexivo, Modesto Orozco González dice que la vida presenta oportunidades aun para las personas más humildes, como en su caso, y no hay que dejarlas pasar.
 
Y adelantando el torso, con las manos entrelazadas sobre una de las mesas de lámina de Taquitos Mode, en el centrito de la Colonia Del Valle, donde los invitantes aromas atrapan al olfato, narra la forma tan espontánea en que inició el negocio.
 
Era 1970. Él ya había instalado una carnicería y frutería, pero un día sobró mucha deshebrada y la cocinera le preguntó qué iba a hacer con tanta carne.
 
Modesto, hoy de 78 años, de cabello y bigotes blancos, le pidió guisarla mientras lo pensaba.
 
“Al otro día regresé de surtir en el mercado, como a las siete de la mañana, y le dije: dame un sartén, calienta un ciento de tortillas y la carne. Salí y me puse a gritar: ‘tacos a peso, y a peso el taco’; en menos de dos horas acabé.
 
“A la mañana siguiente le pedí a mamá Chelo, como le decíamos, que preparara frijoles y chicharrones, y seguimos incluyendo guisos. Contraté más gente y me establecí, pero aquí era nada más una barrita. Después se puso la herradura que ve al frente”, detalla señalando la entrada, donde llegan y salen comensales que lo saludan de lejos. “Luego ampliamos hace 5 años”.
 
Después de que Chelo falleció, se integró mamá Luisa, una cocinera repelona, pero muy eficiente, prosigue este dinámico hombre de lentes y vivaces ojos color café.
 
Ella fue la inventora de los famosos frijolitos Mode, y quien le enseñó a cocinarlos, al igual que otros guisos populares entre la clientela, como nopalitos, barbacoa y chiles rellenos, que a más de cuatro décadas siguen siendo de los favoritos entre la veintena de taquerías a la redonda.
 
Dicho así, el éxito de don Mode, como es más conocido, parece fácil, pero antes de alcanzarlo transcurrieron años de carencias, de mucho trabajo y esfuerzo.
 
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Aunque nació en San Miguel El Alto, Jalisco, el 24 de febrero de 1934, sus padres, Nicolás Orozco y Leandra González, decidieron emigrar a Monterrey con él cuando apenas tenía 2 años.
 
Modesto fue el primogénito entre seis hijos.
 
Vivían en la Colonia Independencia y, sin amargura, narra que su niñez fue de trabajo debido a las carencias, con uno que otro juguete sencillo: una pelota, un balero o una minicarreta hecha con cajas de jabón Mariposa.
 
En San Miguel su papá cultivaba la tierra, pero al llegar a la Ciudad se empleó con unos chinos que tenían un puesto de frutas en el antiguo Mercado Colón.
 
Modesto cursó hasta el tercer año de primaria y dejó la escuela para trabajar junto a su padre.
 
Cuenta que sus patrones los trataban como familia, y al cumplir los 16 años le ayudaron a abrir un puesto. Sin embargo, lo descuidó por un noviazgo fugaz y fracasó.
 
Eso le valió una severa reprimenda de su papá, quien se propuso regresar a Jalisco con la familia.
 
Allá quiso que Modesto se dedicara a cosechar la tierra, pero al joven no se le daba. Su mamá lo comprendió y le entregó sus modestos ahorros para que se restableciera en Monterrey.
 
Unos años antes se había inaugurado el puente Miravalle, y unas 40 o 50 residencias poblaban la flamante Colonia Del Valle.
 
Modesto pensó que sería buena idea ir casa por casa a vender frutas y verduras, y se armó de dos canastos para ello.
 
Se surtía en el Mercado San Carlos, y como los chinos, sus antiguos patrones, habían fracasado en el nuevo Mercado Colón, luego de que derrumbaran el antiguo, él compartió su casa con uno de ellos, Andrés Lee, quien fue como un segundo padre.
 
“Dos años anduve casa por casa por la Del Valle, y tuve la fortuna de que la gente me tomara estimación. Terminaba de vender y les lavaba el carro, la alberca y ellos me retribuían con dinero, ropa o comida. Más adelante, traje productos importados que tenían mucha aceptación.
 
“Me preguntaban: ‘¿Por qué no te estableces?’ y, sí, la señora Escalante me rentó un local de 4 por 4, y la gente comenzó a ir. ‘¡Échele ganas, Modesto!’, me decían, y algunas personas, entre ellas doña Virginia Muguerza de Gutiérrez, Kanita García, Óscar Elizondo y Jesús Canavati, procuraban ayudarme”, comparte, agradecido.
 
Doña Virginia recuerda a don Mode desde que pregonaba sus mercancías a pie, y menciona que lo admirable en él es su buen humor, su capacidad de trabajo y honestidad.
 
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Modesto se casó con Nelia Madrigal el 29 de agosto de 1955. De ese matrimonio nacieron seis hijos: tres hombres y tres mujeres. Lamentablemente ella falleció hace ocho años.
 
“Fue una mujer de mucho carácter. Trabajadora y exigente conmigo para el trabajo, pero por lo demás, una dulzura”, evoca nostálgico.
 
Esboza una sonrisa al acordarse de sus palabras, cuando hace unos 20 años le ofrecieron hacer campaña para Alcalde de San Pedro.
 
“Mi vieja me dijo: ‘Siéntate aquí, vamos a hablar… ¿familia o política?’, así fue de tajante, y se lo agradezco, porque no sé si de político hubiera sido tan apreciado, como gracias a Dios lo soy”.
 
Y en uno de los momentos más devastadores de su vida, cuando su hijo Fernando falleció a los 25 años por un mal cardiaco, y él se refugió en el alcohol un par de días, ella lo enfrentó a la realidad.
 
“Sabiamente me preguntó: ‘¿Crees que a mí no me dolió?, pero tengo otros hijos por quienes vivir. ¿Dónde está el Modesto que conozco? Vamos, adelante’ y, de pronto, comprendí que tenía razón. Ésa era doña Nelia”, lanza orgulloso.
 
La misma que lo impulsó a abrir una tienda y frutería más grande, a los 4 años de casados, con departamento de crédito incluido.
 
En 1962 nacería Super Mode, que ya manejaba carnicería, gracias a que Nelia y sus hermanos sabían de ese giro, por su familia.
 
Más tarde, Modesto adquirió el local con el apoyo de Ricardo Morales, importante introductor de carne en la región, quien le facilitó un crédito.
 
“Me acuerdo que me dijo: ‘Aquí está el dinero y me lo vas pagando como puedas. Tú te vas a poner los plazos. Tienes hasta 10 años para liquidar’. Qué tiempos, ¿verdad?, todo era de palabra y la confianza, lo más preciado”.
 
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Con el tiempo, Modesto abrió otras sucursales que cerró al morir su esposa, sólo permanece la de Gómez Morín, a cargo de su hija Liz, aunque él está al pendiente de que se ofrezcan frutas y verduras frescas, carne de ganado selecto y productos de calidad, incluidos los importados y regionales.
 
“Como comerciante es un hombre de palabra, y con esto lo digo todo. Para él, eso significa más que cualquier contrato”, refiere Liz.
 
Menciona que como padre les inculcó el trabajo, el respeto y la honestidad, porque si algo le molesta es la irresponsabilidad y la falta de compromiso.
 
“Algo que nos ha fomentado es el no deber, ya que cuando empezó con su negocio pidió un préstamo para comprar una camionetita para llevar el mandado a sus clientes, y al no poder pagar la mensualidad, se la quitaron, eso lo dejó marcado, por eso no le gusta pedir prestado”.
 
En este pequeño súper se puede encontrar una gran variedad de frutas y verduras, incluso las que en otros lugares no hay o escasean, y eso se debe a los contactos de Modesto.
 
Ataviado con jeans, camisa de manga corta y tenis, cuenta que en el pasado financió a unos agricultores hidalguenses de jícamas, quienes lo abastecen todo el año.
 
Otros productores de Guerrero le reúnen las cajas de mango que pueden y se las envían en estos meses que no son de temporada.
 
“Durante 30 años estuve yendo a surtir a los mercados de México. Me levantaba a las cuatro de la mañana del lunes y regresaba el martes en la noche. En años más recientes iba con Víctor, mi yerno”.
 
Víctor Concha menciona que su suegro es sencillo, alegre, dinámico y visionario.
 
“Un día típico para él es levantarse a las cinco de la mañana para estar al tanto de que se provean las materias primas a sus negocios, y luego ir de uno a otro para atender personalmente a la clientela”, cuenta este hombre campechano, robusto y de ojos verdes.
 
Recuerda que poco después de conocerlo, don Mode lo invitó a una comida, pero al llegar se sorprendió.
 
“Me dice: ‘Ándale, ayúdame. Tú y yo vamos a cocinarles a todos los empleados. Hemos tenido unos días de mucho trabajo y se merecen que los retribuyamos con algo de nuestro propio esfuerzo’. Hasta el día de hoy, esto sigue siendo una tradición y una lección de vida para mí”.
 
Jesús Chávez, uno de sus empleados desde hace 54 años, platica que lo que más le disgusta a don Mode es que si el cliente necesita un artículo, no haya alguien que se lo muestre y se cerciore de que es lo que buscaba.
 
Don Chuy atiende la carnicería, y ha conocido a tres generaciones de clientes, por lo mismo ya sabe sus gustos y se esmera por cumplirlos.
 
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De nuevo en Los Taquitos Mode, el comerciante de leve acento norteño dice que el secreto de su éxito es la sazón de los guisos y la variedad de salsas.
 
Sergio, su hijo, comparte que algunos de sus 15 nietos van a ayudarle los fines de semana, porque es bromista y les infunde el hacer las cosas lo mejor posible.
 
Modesto se muestra contento porque hace unas semanas recibió la presea al Mérito Ciudadano Mónica Rodríguez, que otorga el Municipio de San Pedro.
 
“Es un pelado muy apreciado e inteligente”, exclama Librado Ayala, propietario del restaurant Gran San Carlos y amigo de Modesto desde la juventud. “Además, es trabajador y tenaz”.
 
“A veces voy a comer tacos ahí con él, y nos acordamos de cuando empezábamos. Ha conservado un espíritu de servicio que no es fácil encontrar hoy en día, y que le ha ganado la estima de la gente”.
 
Ése es el mayor orgullo de don Mode, sentir el aprecio y la confianza, tal como si fuera el vecino de al lado.