Se fue Pelé y quedó su enorme legado para el futbol.
Un incomparable futbolista que marcó una época y sedujo a millones de aficionados cuando este juego era muy distinto.
No hubo quien estuviera a su altura en los sesenta, y fue en la Copa del Mundo de México 1970 cuando Edson Arantes do Nascimento se consagró como el más grande al conducir a la escuadra brasileña a la obtención de su tercer título, después de haber sorprendido al mundo entero con su irrupción en el Mundial de 1958 en Suecia, y de haber participado también con el Brasil campeón de 1962 en Chile.
Habilidoso, rapidísimo física y mentalmente, desequilibrante en sus despliegues individuales, excelente pasador y gran cabeceador, con el añadido de un talento y una visión del juego que nadie más había mostrado en sus tiempos, y que hacía valer al elegir casi siempre las mejores opciones entre las que cada balón le presentaba, ya fuera para el propio lucimiento o en aras del mejor desempeño del equipo.
Con una capacidad técnica que rayaba en la perfección; y por si fuera poco, las plenas condiciones de un auténtico atleta en una época en que la mayoría de los futbolistas no lo era.
En la memoria de quienes aquilatamos el futbol de altos vuelos quedarán sus más grandes jugadas, sus inolvidables goles, sus emblemáticas genialidades; y en eso radica su principal legado, en los incontables aficionados que gracias a Pelé, en diversos lugares del planeta y a través de varias generaciones, se enamoraron de este maravilloso juego.