Josué, de 33 años, está en la última etapa de la maquila, recibe pilas de blusas rojas tipo campesina que rápidamente cuelga en ganchos y etiqueta con el precio que serán comercializadas en tiendas departamentales.
Pasando las páginas turbias que encierra el Cereso de Cadereyta, pueden escribirse otras de estos espacios: 45 hombres sentados en su mayoría frente a máquinas de coser confeccionando prendas que se venden en conocidos negocios y que ni te imaginas que hacen personas privadas de la libertad.
Unos internos elaboran unas faldas short de vinipiel que irán a boutiques de plazas comerciales de San Pedro y Monterrey.











“Llega la gente, las compra, no saben que las hacemos aquí”, dice Josué, detenido en el 2010 por los delitos de portación de arma de fuego y narcomenudeo. Cumple una condena de 18 años.
Esta empresa de sacos y maquilas tiene una sede al interior del Cereso de Cadereyta en donde los internos reciben un pago por su labor.
Hacen ropa de ciertas marcas y tiendas, unas incluso van de exportación para Estados Unidos.
“Ahorita es temporada primavera-verano, ya lo de invierno terminamos a mediados de noviembre”, comenta Claudia, encargada del taller y quien explica que hacen cerca de 3 mil 500 piezas por semana.










Además de esta ropa, internos de los tres penales varoniles del Estado hacen estropajos, insumos médicos como cubrebocas, cofias y batas; y material de seguridad industrial como chalecos y fajas.













De lunes a viernes salen de sus celdas para cumplir jornadas laborales de ocho horas y reciben un pago de las empresas que los contratan, cada una tiene su espacio y coordinadores.
Estas actividades son parte de una reinserción social.
EL NORTE recorrió en diciembre los Ceresos de Apodaca 1 y 2, y el de Cadereyta, donde autoridades penitenciarias aseguran que el autogobierno ha terminado; mostraron rostros de los penales que poco se conocen al exterior.








CONVIERTE MAQUILADORA EN SU MOTIVACIÓN DIARIA
“Crecí solo, no tuve alguien que me inculcara buenos valores morales, entonces andaba haciendo lo que no debes”, agrega Josué, con prepa trunca y convencido de que este trabajo en la maquiladora es una motivación diaria.
“Aprendí que lo que siembras es lo que vas a cosechar, entonces coseché lo malo, estoy pagando eso.
Ahora intento hacer las cosas diferentes para tener otros resultados”.
Los nombres de los internos han sido cambiados.
En el Cereso de Apodaca 1, el más grande con una población de 6 mil 240 personas, cifra otorgada en diciembre, hay 974 hombres contratados por cuatro empresas.
“Son bastante comprometidos, la gente quiere trabajar”, comenta el encargado de una planta que fabrica equipo de seguridad industrial y emplea a 390 hombres en ese penal.






'AFUERA ES MÁS DÍFICIL CONSEGUIR UN EMPLEO'
Otras historias se conocen en la panadería del Cereso 1, donde está Eliseo, de 41 años, quien estudió hasta cuarto grado de primaria.
Estuvo seis años en el Penal del Topo Chico, donde terminó educación básica.
Duró libre un año y lo volvieron a detener hace seis meses por delitos contra la salud.
“Aquí hay más oportunidades, como quien dice, porque allá afuera batallas mucho”, recalca este hombre de brazos tatuados que dice sentirse útil al trabajar como panadero, y además recibe un sueldo.
¿Sientes que hay más oportunidades aquí adentro? “Sí”.
¿Allá afuera qué es lo más difícil? “Buscar trabajo, por los tatuajes”.
En el Cereso 1 están en construcción cuatro naves industriales, que proyectan terminar este año, en donde los internos harán insumos para dependencias de Gobierno.
Por ejemplo, mochilas o mesabancos para la Secretaría de Educación del Estado.
Los trabajadores que levantan esta obra son también reclusos del penal.
Jesús Héctor Grijalva, asesor penitenciario, señala que esta obra generará un ahorro en el tema presupuestal para el Gobierno y a su vez cumplirán con el proceso de reinserción.
SU ILUSIÓN: LA LIBERTAD Y VIVIR 'NUEVA HISTORIA'
Edgardo, de 63 años, y con 37 preso por los delitos de homicidio y tráfico de drogas, confecciona batas quirúrgicas en el taller de insumos médicos.
En la conversación en el Cereso 2, en diciembre, cuenta que en unas semanas será liberado.
“Creo que a mi edad va a ser muy difícil conseguir trabajo afuera”, comenta Edgardo, sin embargo, le ilusiona salir y escribir una historia diferente.
A diferencia de los Ceresos de Apodaca, en el de Cadereyta tienen un amplio espacio con módulos de autoempleo donde internos trabajan entre semana, de 8:00 a 16:00 horas, elaborando artesanías con material enviado por sus familias.
Ofertan los productos en días de visita o los entregan a familiares para que los vendan.
El director de ese penal, Juan Pedro Quezada, indica que unos 700 hombres, de una población de mil 625, están en áreas de autoempleo o contratados por una de las 11 empresas que laboran al interior.
De pronto estos penales son como una “mini Ciudad”, donde al menos un porcentaje de los hombres cumplen su condena aligerada por una rutina laboral, que quizá para unos es más difícil de obtener afuera.


CON TRABAJO OLVIDA EL ENCIERRO
En el módulo de elaboración de estropajos del Cereso 1 trabaja Felipe, de 24 años, detenido hace un año por el delito de equiparable a violación.
“Ya no estás pensando nada más en el encierro, vas a trabajar y vienes, es casi casi como si fuera lo que es afuera”, comparte.
“Se te olvida que estás aquí encerrado”.
En el Cereso de Apodaca 2, el director José Luis Villalobos explica que hay tres empresas que emplean a 133 personas y están en construcción dos naves que proyectan estar terminadas en el primer trimestre de año, para aumentar la oferta de trabajo.

