Aquéllos eran malos tiempos, tiempos de guardar. Eran también tiempos de la dicha y la nostalgia del presente: cuando no queríamos estar en otro lado más que aquí y añorábamos este justo momento como si ya se hubiera depositado en el pasado.

La época de la sabiduría y la tontería organizada como torre. Cómo brillaba aquel invierno, cómo estaba lleno de materia oscura. Eran tiempos críticos, más allá de la bonanza y la pobreza, y nuestra vida se iba en el volado de una imposible moneda con dos soles. Era la cuesta del principio del 2023.

Buscábamos ser felices pero los pesos eran pocos y creíamos que no nos alcanzarían. Entonces sucedió una maravilla urbana, una luz cegadora: Yi Pin Ju reabrió en la Zona Rosa.

Yi Pin cerró cuando todos cerramos: marzo del año de la gran pandemia, y se mantuvo cerrado cuando empezamos a abrir, y luego cuando la Ciudad se reabrió en serio. En Google Maps simplemente decía “temporarily closed” y de pronto, al final del año pasado, un disparo de nieve. Estaba abierto. 

Es para cazadores de gangas y para ir en grupos de cuatro: ejotes tan picantes a pimienta sichuán que duermen la boca entera, una pierna de borrego asada cuyo potente golpe de comino no deja olvidar la influencia musulmana en China, unos bok choy en salsa de ostra que son menos de China que de Chinatown y probablemente los mejores fideos amasados a golpes de la Ciudad. Todo al centro giratorio de la mesa, olvidados por unas horas de las tribulaciones financieras.

(Si me permiten, usaré un paréntesis para poner en entredicho lo que acabo de decir. Mian & Mian, que se mudó hace poco de Independencia a Humboldt, merecería estar en esta pequeña crónica de grandes días por al menos dos razones: sus precios comodísimos y sus extraordinarios fideos amasados a golpes. Su platón de noodles con tripa de cerdo se queda en la memoria como una cicatriz que nos hacemos voluntariamente. 148 pesitos.)

Trago y olvido

¿Saben qué también sirve para olvidar esas tribulaciones? Beber sin ser asaltados por cantinas carísimas (o violentas). Por ejemplo: en el Bar Isabel, zona de insumos médicos, centro de la Ciudad. Todo es ligeramente antiguo aquí –en particular sus clientes, cuyos nombres nos sabemos entre todos–, despostillado, entrañable.

Tres copas traen, además de olvido, una copa de regalo y una muy decente comida de la misma materia de que están hechas las buenas fondas y los sueños. Si tienen suerte, pidan las hamburguesitas con ensalada, que son menos de fonda que de las casas de antes. (Además, ¡viernes de karaoke!)

Otro ejemplo, de un espíritu similar: el Salón Casino, en la Doctores. Creímos que se habían equivocado con la cuenta. Tres copas cada uno, enchiladitas, sopa de tortilla, un platón de pancita color rojo, dos platos de vegetales con un chamoy que todavía me aprieta los cachetes, Napoleón y Joan Sebastian en el escenario… 350 pesos por persona. ¿Qué? Un regalo.

Brutal, en la San Miguel Chapultepec, no es un regalo, pero su relación precio-calidad es decididamente memorable. Abrió en el finalito de la pandemia –este limbo, este éter– y lo hizo con el ánimo que necesitábamos, y que seguimos necesitando en este trémulo principio de año: celebratorio pero cuidadoso, optimista pero incapaz de ignorar las tremendas presiones que acabamos de padecer.

Brutal es para beber vino de manera exploratoria: dejándose llevar por las sensatas decisiones de las sommelières y por la buena mano de sus pequeños platos: quesitos y embutidos, fabulosas aceitunas color verde Excel, mac n cheese con harto pan molido y llenador, sashimi de atún como un regalo de frescura, como cuando hace calor y alguien que quieres mucho te sopla en la frente mientras suavemente te acomoda el pelo. Así.

(El tagline de Brutal es: ‘Vinata de barrio’. Sí es de barrio. Hay que llegar caminando o en bici. Agarrar un Uber para ir ahí es quitarle su sabia relación precio-calidad. No lo hagan. Otra opción: aprovechar el viaje y pasar antes a Madereros, que está a 200 metros y tiene una cocinita de cuates que no le teme al alto calibre de servir una vaca vieja con papa chasqueada que dice para dos personas, pero es para más.)

A pie de calle

Voy a hacer una pequeña trampa, pero sólo una y ustedes háganse los que no sabían. Mi trampa es recomendar un restaurante al aire libre. Es mucho más que un puesto, aunque no está todos los días sino sólo sábados y domingos. Se llama Asador Obrera y está, previsiblemente, en la colonia Obrera (Lucas Alamán y Diagonal 20 de Noviembre). Está semicubierto por lonas que caen por los costados de los sostenes: techo y paredes.

Y la comida. Un gran asador de fierros, leña y carbón, carnes asadas, acompañamientos –ya se sabe: ensalada de col, cebollas encurtidas, arroces–, picada. La sensación de fiesta que empieza temprano en la tarde y temprano en el año. Y los precios: 280 pesos un conejo completo –70 pesos por cabeza, vaya–, 200 pesos un costillar de res… Cosas así. En estos días, vamos ahí con nuestro termo de vino frío y dejamos que las neuronas se olviden casi de nosotros mismos.

Qué tiempos. Y qué curiosa esta ola anual que nos alza un poco de la vida hacia otro lado. Qué dulce es perderse en ella, acunándonos hacia la región última del olvido.

Alonso Ruvalcaba | Despierta con antojos. Es productor en “Pan y Circo” (Amazon Prime) y autor de “24 horas de comida en la Ciudad de México” (Planeta 2018).
Fotos: Cortesía de los lugares, Freepik y archivo REFORMA
Edición y diseño: Rodolfo G. Zubieta
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