El origen de los tamales se encuentra en las civilizaciones de Mesoamérica, quienes habitaban las tierras que hoy conforman México, Guatemala, El Salvador y Honduras. 

La palabra tamal proviene del náhuatl “tamalli”, que significa “envuelto”. 

Aunque México es ampliamente reconocido como la cuna de los tamales, gracias a su larga tradición en el cultivo de maíz, la realidad es que su presencia se extiende a lo largo de todo el continente. 

En 2017, un hallazgo cerca del volcán de Colima por los investigadores Patricia Colunga y Daniel Zuzumbo reveló vestigios que sugieren que los tamales se preparaban en esa región desde tiempos remotos. Estos restos, cocidos al rescoldo con hojas de un árbol conocido como “árbol de tamal”, indican que antes de la popularización de los tamales cocidos al vapor, existían otras técnicas de cocción.

La influencia de los tamales en la cultura mexicana es profunda, y su preparación ha sido documentada en textos como la “Historia General de las cosas de Nueva España”, de Fray Bernardino de Sahagún. 

Según este cronista, los mexicas llevaron los tamales a otras partes del continente, y su consumo estaba asociado a grandes festividades religiosas, ofrendas a los difuntos, y eventos sociales. Esta práctica destaca no solo la importancia del maíz como alimento básico, sino también su significado espiritual.

El tamal es un símbolo de la identidad compartida en toda Latinoamérica, evidenciando un intercambio cultural entre los diferentes pueblos que habitaron la región.

A lo largo de los siglos, los tamales han mantenido su relevancia, fusionando tradiciones prehispánicas con creencias católicas, como lo señala Erika María Méndez Martínez, antropóloga de la UNAM. Este sincretismo se refleja en festividades como la Candelaria, donde el consumo de tamales está ligado tanto a la bendición de semillas como a la celebración del inicio del ciclo agrícola.