1940-2021

Como un hombre con ideas muy firmes, pero siempre muy coherente con lo que le gustaba y lo que no, que hizo lo que quiso y no se guiaba por las reglas estrictas de la sociedad de su época, responsable en su trabajo y siempre fiel a sus pasiones, como el toreo y el tango, así recuerdan sus seres queridos a Alejandro Antonio de la Vega Llamosa, tras su sensible fallecimiento.

Nació en la Ciudad de México el 13 de agosto de 1940, siendo el segundo hijo de Alberto de la Vega Hinojosa y Beatriz Llamosa Zaldívar, Marquesa de Saucedilla.

Su infancia fue muy feliz, le gustaba jugar futbol y esquiar en Acapulco durante las vacaciones con sus hermanos, el arquitecto Alberto, el psiquiatra Eduardo y la abogada e historiadora Beatriz, (q.e.p.d.).

En 1983 y con 43 años cumplidos, Antonio Vega, nombre que adoptó para no ser identificado en su trabajo, debutó como novillero.

Cursó la primaria en la Escuela Fernández de Lara, en la que fue compañero de Manuel Espinosa “Armillita”; la secundaria en el Instituto Patria y la preparatoria en The Priory Prep School, en Rhode Island, por dos años, para finalizarla en el Instituto Patria. Se graduó de la licenciatura en Derecho por la UNAM, considerado uno de sus mayores logros.

En su trayectoria profesional se desempeñó como director jurídico de Industrias Peñoles, propiedad de la familia Baillères.

Sus hobbies eran los toros, todos los domingos iba a la Plaza México, así como los caballos, pues montaba en el Hípico Francés y destacó en competencias de salto; además, le encantaba bailar tango.

Alejandro Otero, Alejandro Silveti, Juan Carlos Alvires y Alejandro de la Vega

Tomó la alternativa para convertirse en matador en la plaza de San Miguel de Allende, de la mano de su cuñado, Jesús Solórzano, y de testigo alterno con Curro Rivera.

Disfrutaba mucho ir al Frontón México a ver los partidos de jai alai y forjó grandes amistades con pelotaris de la época, como Santiago Aguirre Chicuri y Aquiles Elorduy.

Todos los años asistía al Abierto Mexicano de Tenis en Acapulco y le gustaba mucho este deporte, aunque lo practicó muy poco. 

Con sus hijos, Toño y Alejandro de la Vega, a quienes les contagió su pasión por el deporte.

El 2 de septiembre de 1970 se casó con Verónica Solórzano Pesado, la única hija del reconocido torero Chucho Solórzano, “El Rey del Temple”, en la Iglesia del Carmen, en San Ángel, donde don Pedro Vargas cantó el “Ave María”.

Con ella procreó a sus dos hijos, Alejandro y Antonio, quienes le dieron cuatro nietas, Luciana, de 10 años; Ana Sofi, de 6, y Camila, de 4, hijas de su primogénito, y la más pequeña de la familia, Isabella, de 3 años, hija de Toño.

Alberto de la Vega acompañó a su hijo el día de su boda con Verónica Solórzano, el 2 de septiembre de 1970, al igual que los padres de la novia, María del Carmen Pesado y Jesús Solórzano.

Falleció de una insuficiencia renal aguda debido a un cáncer de próstata con el que llevaba luchando 16 años, dejando un legado de amor, congruencia y pasión a sus más allegados. ¡Olé por su vida! Descanse en paz.

El orgulloso abuelo con una de sus cuatro nietas, Isabella, de 3 años

De puño y letra
Toño de la Vega, hijo

“Siempre recordaré a mi padre como un gran amigo, una persona culta y de mente abierta, alguien con quien podía platicar de cualquier tema. 

Nos encantaba ir juntos al Frontón México a ver los partidos de jai alai, en los cuales casi siempre estábamos de acuerdo con quién iba a ganar cada partido y coincidíamos en quiénes eran nuestros pelotaris favoritos. 

Terminando los partidos, siempre convivíamos con ellos y algunos eran nuestros amigos, como Aquiles y Eduardo Elorduy, Samuel y Daniel Inclán y el gran zaguero Imanol López.

También nos encantaba ir cada año al Abierto Mexicano de Tenis y vivir intensamente cada partido. 

Muchos domingos íbamos juntos a la Plaza México, sobre todo cuando toreaban rejoneadores como Pablo Hermoso de Mendoza y Diego Ventura, ya que a los dos nos gustaba mucho el rejoneo y admirábamos mucho la valentía de los caballos. 

En algunas ocasiones, lo acompañaba a entrenar a las ganaderías de toros bravos y una que otra vez me bajé con él a torear alguna vaquilla.

Siempre me inculcó el deporte y me apoyó muchísimo en todos mis torneos desde niño de futbol, tenis y jai alai. Me daba buenos consejos para mejorar mi juego, ya que era una persona muy conocedora y analítica del tenis y el jai alai.

Nos encantaba viajar juntos en verano y Navidad  a nuestro departamento de Playa del Carmen, donde siempre hacíamos planes muy padres.

Mi papá me dejó un gran legado. Siempre hay que vivir la vida intensamente como si cada día fuera el último de tu vida y hay que ser fiel y congruente con las pasiones de cada persona, porque eso es lo que te mantiene vivo y te da la verdadera felicidad”. 

“Fue un hombre culto, sensible, bohemio y excelente conversador, que disfrutó al máximo sus aficiones y ponía atención a la plática de sus amigos. Tuve la fortuna de convivir mucho con él. Caso insólito: dejó su posición laboral y económica para convertirse en torero. La última vez que lo vi fue en un concierto en la Sala Nezahualcóyotl; nos sentamos juntos y nos embelesamos con la sexta sinfonía ‘Pastoral’, de Beethoven”.

De puño y letra
Juan Antonio de Labra, mejor amigo

Desde niño quiso ser torero, pero sus padres se lo impidieron. Durante sus años como estudiante de Derecho en la UNAM comenzó a torear festivales de aficionados prácticos y así fue como dio cauce a su gran pasión.

En 1970 se casó con Verónica Solórzano Pesado, la hija del famoso torero Jesús Solórzano, y esta relación le permitió seguir toreando en las tientas a las que lo invitaba su cuñado, que también era torero, a la par que continuaba con éxito su carrera como abogado de empresa.

Una vez que tuvo una posición económica desahogada, renunció a su trabajo y debutó como novillero en 1983, cuando contaba con 43 años, anunciándose como Antonio Vega en los carteles, que fue su nombre artístico.

Después de una carrera de más de cinco años como novillero, en la que toreó 56 festejos, tomó la alternativa el 1 de octubre de 1988 en la plaza de San Miguel de Allende, de manos de Chucho Solórzano, y ante el testimonio de Curro Rivera, con toros de Los Martínez. Entonces tenía 48 años y se había convertido en uno
de los toreros con más edad en dar este paso.

A lo largo de los siguientes años, toreó unas 25 corridas, ya de forma esporádica y se retiró para continuar atendiendo algunos asuntos jurídicos, lo que no había dejado de hacer de manera relajada.

Entusiasta, jovial, sensible, amante de la música y el tango, Alejandro-Antonio fue un singular personaje que vivió una vida plena, rica de aventura y riesgo.

Presencia estelar

Estos son los carteles de algunos de las corridas importantes en las que participó.

Con información de Antonio Redondo

Fotos: Cortesía Toño de la Vega