2008: La marcha ‘Iluminemos Nuevo León’ ha sido de las más concurridas.
2014: La marcha por los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa reunió a familiares de personas desaparecidas en el Estado.
2020: La marea morada de ese año protagonizada por mujeres fue algo nunca visto en la Ciudad.
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AIRES DE LIBERTAD

“Cuando los caminos se cierran, se abren las calles”, afirma el historiador José Alberto Rodríguez.

“Cuando la sociedad civil, el ciudadano que no milita en un partido, no encuentra su representación en los que detentan el poder, sale a la calle a manifestarse. Los grandes cambios democráticos han resultado de la presión ciudadana manifestada en las calles: sin las marchas no se habrían logrado los cambios en las leyes electorales, los maestros no habrían logrado una pensión justa, no se habría detenido la guerra en Chiapas”.

Las marchas no siempre han sido de logros inmediatos, explica, y un ejemplo es la petición de no violencia en la guerra contra el narco, pero indudablemente los gobernantes tienen en las marchas, en los manifestantes en las calles, un elemento de presión pacífica para cambiar algunas de sus políticas, aunque a veces esas marchas no sean atendidas con el mismo pacifismo.

“En el caso de Nuevo León, los cambios democráticos, pioneros en muchos aspectos en el país, se dieron después de las amargas experiencias de 1985 cuando una marcha contra el fraude electoral fue violentada desde el gobierno, pero dio a luz a la Asamblea Democrática Electoral (ADE) que agrupaba a todo el espectro político de la entonces oposición”.

El Ejército Democrático, sucesor de la ADE, si bien también sufrió represión durante una de sus manifestaciones, logró que la OEA censurara la Ley Electoral de entonces y puso la atención internacional en la falta de democracia.

“Más tarde las marchas de los maestros de 1993 mostraron la fortaleza de un movimiento pacífico y alegre sin perder la combatividad en defensa de un retiro digno”, agrega.

Rodríguez afirma que el empuje nacional por la democratización logró a nivel local los cambios esperados, muchos de ellos ya exigidos desde 1985 e implementados en diferente grado.

La movilización de los maestros en 1993 fue porque se intentó una reforma a la Ley del Isssteleón que terminaba con la jubilación dinámica y otras prestaciones al magisterio. Tras las protestas se modificó la legislación y se fijaron reglas nuevas para los maestros de nuevo ingreso.

Una marcha más, la que más gente ha sacado a las calles en la Ciudad, fue la del 2 de febrero de 1962 ante cambios en una reforma educativa que se creyó de índole “comunista” por traer consigo el libro de texto gratuito. En aquella ocasión, dicen las crónicas, 300 mil personas salieron a las calles a protestar contra el gobierno. La oradora de aquella marcha fue Dolores García Téllez de Landa.

En esta respuesta social también tuvo que ver la Iniciativa Privada, que tronaba entonces contra las reformas al Artículo 123 que establecían por ley las utilidades, el salario mínimo profesional y la prohibición de dar empleo a menores de 14 años.

El único antecedente que había entonces era una marcha anticomunista el 5 de febrero de 1936, pero nada parecido a aquella cifra estimada por la prensa de entonces.

CONTRA LA BARBARIE

La historia de las marchas ciudadanas no se puede entender sin citar la movilización del 2008 en que cientos de miles de ciudadanos salieron a las calles de México para lanzar un “¡Ya basta!” contra la inseguridad.

Esta marcha sin precedentes fue impulsada por la indignación que causó el clamor de justicia del empresario Alejandro Martí, padre de Fernando, quien a los 14 años fue secuestrado y asesinado.

“Por su parte, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad fue una respuesta de la sociedad civil a la violencia que se vivió como consecuencia de la guerra contra el narcotráfico”, apunta Rodríguez.

“A su vez, en el estado el caso del ataque en el Casino Royale llevó a las calles el dolor y el coraje por la violencia impune”.

Esa vez, la ciudadanía clamó un “Hasta aquí” al gobierno de Rodrigo Medina, quien por años dejó indefensa a la ciudadanía ante la violencia de los grupos criminales y la corrupción de autoridades.

Irma Leticia Hidalgo es consciente como fundadora de Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León y madre de Roy Rivera, estudiante de la UANL secuestrado y desaparecido el 11 de enero del 2011.

“Las marchas han sido una herramienta que ha servido para visibilizar la tragedia humanitaria de la desaparición forzada de personas en México a causa de la violencia extrema”, reconoce.

“Se han convertido en puntos de presión en la estructura política para la creación de Instituciones especializadas para enfrentar la crisis, sin embargo, a pesar de su impacto inmediato, las protestas masivas por sí solas no han logrado generar cambios tangibles y sostenibles, por lo que las hemos tenido que acompañar con iniciativas de ley que sí han tenido incidencia”.

PUÑOS DE MUJERES

Las movilizaciones de mujeres por sus derechos por lo general han sido invisibilizadas, reprimidas y juzgadas con un sesgo de género bastante peculiar, afirma Guadalupe Elósegui. Ni siquiera han sido registradas con rigor por la historia desde sus orígenes como movimiento político en la Revolución Francesa.

“Han pasado por las calles los botines de las sufragistas por el derecho al voto, los huaraches de las adelas revolucionarias, los humildes zapatos de las obreras de todo el mundo, los tenis y las botas martins de las chicas y su abigarrado y multicolor contingente pidiendo pan y rosas, salarios justos, respeto a los cuerpos, derecho a decidir ser madres o no”, explica la feminista y consultora en temas de igualdad de género.

“Derecho a vivir libres de todas las violencias; física, psicológica, sexual, patrimonial, económica, digital, política, mediática, obstétrica, simbólica, vicaria, feminicida… ¡Justicia!”.

Por ello fue importante lo que sucedió el 8 de marzo del 2020 -días antes de que se decretara la cuarentena por el Covid- cuando alrededor de 15 mil mujeres tiñeron de morado las calles de Monterrey para exigir un alto a la violencia.

Sandra Cardona, cofundadora de Voces de Mujeres en Acción y una de las que han encabezado manifestaciones en la Ciudad, explica que ha sido gracias a estas protestas que se ha visibilizado la violencia contra las mujeres.

“Las marchas son protestas legítimas de la sociedad, es un derecho que tenemos como ciudadanas. A nivel personal, las marchas han representado dar a conocer las problemáticas que se tienen sobre feminicidios, desapariciones, aborto legal”, dice.

“Es poder mostrar la inconformidad frente al mal trabajo del Estado, las ineficiencias y las injusticias contra las mujeres”.

Considera que uno de los principales logros ha sido que la sociedad sea más consciente y que se una a esta lucha. Y se ha notado en el aumento de mujeres que genuinamente se unen a estos movimientos.

“Ha sido el mayor logro también el que se hable desde los hogares sobre lo que está pasando en nuestro Estado, que los crímenes han aumentado, las desapariciones, el acceso a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Que se hable de la ineficiencia del accionar de las autoridades”, indica Cardona.

Las mujeres, cita Elósegui al patriarcado, no tienen derecho al pataleo, a enojarse, a reclamar sus derechos.

“Vándalas, locas, furiosas (igual que los hombres cuando han luchado por sus propios derechos)”, dice. “Olvidan que jamás un derecho se ha conseguido pidiéndolo por favor. Las mujeres tenemos todos los derechos, aunque aún no se acaben de reconocer. Los seguiremos exigiendo porque esta revolución no ha terminado. Porque el feminismo tiene una teoría ilustrada, una vanguardia que siempre es demócrata y una movilización callejera y activista feroz.

“Porque dice la ONU que la igualdad para nosotras tardará otros 280 años. No tenemos tiempo, no nos da la gana. Nos vemos en la próxima marcha”.

MÁS CALLES POR TOMAR

Rodríguez piensa que una marcha es el grito individual que ha sido callado, reprimido, pero que brota en la solidaridad de los otros y se vuelve estruendo de multitud en la calle.

“Las marchas son un altavoz de un sentimiento que, de otra manera, quedaría en la plática, el llanto, la indignación individual: la multitud hace que trascienda más allá de la persona y se vuelva sociedad”.

La fundadora de FUNDENL afirma que aún hay muchas marchas por emprender desde la ciudadanía.

“Faltan las marchas de apoyo a la población más vulnerable, contra la pobreza extrema, para las poblaciones indígenas y de apoyo para que las personas con discapacidades realmente puedan coexistir de forma digna”.

Agrega la madre de Roy: “Aunque las marchas las hacemos las minorías, ellas revelan el corazón y las venas de un país”.

Las marchas, subraya Zúñiga, son un recurso cívico que debe ser más utilizado.

“Absolutamente sí, es un recurso democrático propio de cualquier sociedad democrática. Solamente en regímenes despóticos las marchas están vedadas”.

De ahí la importancia de la marcha de hoy y de las que vengan.

Rodríguez reflexiona sobre la movilización de este domingo: “Los que crecimos en los 70 entre marchas, caminando en las calles con rabia y temor; los que en los 80 y 90 salimos a las avenidas -incluso carreteras como con el doctor Salvador Nava en San Luis Potosí- para exigir democracia y que el gobierno sacara las manos de las elecciones, los que hemos visto esta democracia imperfecta dar tumbos, pero avanzar a mejores estadios, no podemos tolerar, callar, aceptar que se dé un paso atrás.

“Nuestra historia personal, grupal, social, nos exige defender lo logrado e incluso buscar avanzar un poco más hacia esa utopía democrática que queremos para nuestros hijos y nietos”.

Zúñiga piensa también así y reconoce que participará en la marcha.

“Sin dudarlo: estaré con mi hijo mayor -el único de mis hijos que vive en Monterrey- y con mis dos nietos de 4 y 6 años”.

Y tú, ¿vas a ir a la marcha este domingo?

 

Con información de Imelda Robles