Presionados por el avance anglo en las zonas del norte y centro del actual Estados Unidos, muchas bandas indígenas se desplazaron hacia el sur antes y después de la invasión gringa. Aunque la población hispana los conoció con el nombre genérico de “apaches” y “comanches”, ellos no se autonombran con esos términos, ya que ambos nombres significan “enemigo” en sus respectivos idiomas y, en realidad, eran una variedad de etnias emparentadas entre sí, pero con sus diferencias.

La presión de las guerras anglos sobre su población hizo que, como modo de supervivencia de su cultura, estos indígenas tomaran como “cautivos” sobre todo a niños varones, como el caso del bisabuelo del Embajador, a los cuales reeducaban para que aprendieran su idioma y su modo de vida, y al crecer se les consideraba “comanches” o “apaches” con pleno derecho, no así las niñas, que, aunque en menor cantidad, también tomaban en cautiverio, éstas siempre eran consideradas “inferiores” a las mujeres autóctonas.

En la gráfica 1 podemos ver las proporciones entre ambos sexos y las edades en las que se tomaban cautivos, y la razón era simple: eran niños “reeducables”; los adolescentes y mayores difícilmente se adaptaban, lo que pudo ser el caso del antepasado de Ken Salazar, lo que justificaba su “venta” a cambio, en este caso, de un caballo.

La narración posterior de que todavía hablaba el español y cantaba canciones es un indicativo de que nunca se adaptó, ya que había quienes hasta olvidaban el castellano.

La gráfica 2 muestra cómo eran tomados preferentemente hispanos, cómo esta cautividad aumentó en las épocas alrededor de la invasión estadounidense, mostrando los casos documentados, que son sólo una pequeña proporción.

Ambas gráficas están tomadas de Rivaya-Martínez, Joaquín, Becoming Comanches, en On the Borders of Love and Power editado por David Wallace Adams y Crista DeLuzio, Berkeley: University of California Press, 2012.

En sus incursiones, además de tomar cautivos, cazaban bisontes y ganado vacuno para vender sus pieles, así como caballos, que ofrecían en los mercados legales gringos, destacando en esta zona el de San Antonio de Béjar, en Texas.

Tanto por el expolio que hacían de ganado y caballería, como por el peligro que significaba para los niños menores -tanto si estaban en un lugar habitado que fuera atacado o, con mayor razón, si eran pastorcillos cuidando ganado-, los “apaches” y “comanche” fueron muy combatidos, formándose volantas tanto de soldados de los “presidios” o “fuertes” de los mismos hacendados para defender sus territorios, tanto en lugares cercanos a la nueva frontera como Lampazos, Bustamante, China, como en lugares tan alejados como Galeana o Doctor Arroyo.

En estas volantas se formaron tanto quienes después serían famosos como Mariano Escobedo, como las tropas que integrarían después el Ejercito del Norte que defendió de la invasión gringa y después de la francesa.

Estas historias de guerras y cautivos, como decíamos, son comunes en todo el norte, pero el discurso televisivo y sobre todo cinematográfico nos han robado esta parte de nuestra memoria colectiva neoleonesa, y algunos personajes, que los estadounidenses han vuelto famosos, nos parecen lejanos, como el caso del “Indio apache” Gerónimo, cuando, por mencionar el ejemplo, un niño anglo hecho cautivo por éste, fue reportado ¡en Santa Catarina! en el año 1892, pero cuando su familia vino a buscarlo, ya se lo habían llevado.

Hay poca investigación histórica en nuestro medio al respecto, destacando el gran libro de Isidro Vizcaya Canales “Tierra de Guerra Viva”, con una muy exhaustiva revisión de fuentes documentales, publicado en 2001 y ya difícil de obtener.

Del lado estadounidense hay amplia literatura, destacando los artículos y publicaciones de Joaquín Rivaya-Martínez, del cual citamos ya la fuente de las gráficas.

Armando Leal Ríos publicó “La Palmita, Muerte sobre las lomas” que narra el ataque de los comanches a ese poblado de Los Aldamas en 1844, editado por la UANL, documentando “que llevaban en número de más de sesenta mujeres y niños”.

Nos atreveríamos a afirmar que algunas características del neoleonés actual, abierto, entrón, combativo, hosco ante los ojos de otros, se formaron en este periodo, que abarca casi todo el siglo 19, en que la lucha contra “los indios bárbaros” era cosa de todos los días, robando la idílica tranquilidad campirana que a veces nos han vendido: episodios como el famoso de Don Alejo llaman más a esta época de “guerra viva” que las románticas historias de formación industrial.