Alexei Navalny se había desplomado después de que le administraran, lo que los investigadores médicos alemanes declararían más tarde, una dosis casi mortal del agente nervioso Novichok.

Su esposa, ante policías amenazantes que le impedían moverse por el hospital, se volvió hacia la cámara de un teléfono móvil que sostenía uno de sus ayudantes.

“Exigimos la liberación inmediata de Alexei, porque ahora mismo en este hospital hay más policías y agentes del Gobierno que médicos”, dijo con calma en un momento fascinante incluido más tarde en un documental ganador del Oscar, “Navalny”.

Hubo otro momento similar el lunes, cuando en circunstancias aún más trágicas, Navalnaya se enfrentó a una cámara tres días después de que el Gobierno ruso anunciara que su esposo había muerto en una colonia penal de máxima seguridad en el Ártico.

La viuda culpó al Presidente Vladimir Putin por la muerte y anunció que se uniría a la causa de su marido y pidió a los rusos que se asociaran a ella.

“Al matar a Alexei, Putin mató la mitad de mí, la mitad de mi corazón y la mitad de mi alma”, dijo Navalnaya en un breve discurso pregrabado publicado en redes sociales.

“Pero me queda otra mitad, y eso me dice que no tengo derecho a rendirme”.

Durante más de dos décadas, Navalnaya había evitado cualquier papel político abierto, diciendo que su propósito en la vida era apoyar a su marido y proteger a sus dos hijos.

“Veo que mi tarea es que nada cambie en nuestra familia: los niños eran niños y el hogar es un hogar”, dijo en una rara entrevista en 2021 con la edición rusa de Harper’s Bazaar. Eso cambió el lunes.

Navalnaya enfrenta un claro desafío al tratar de movilizar a un desanimado movimiento de oposición desde el extranjero, con cientos de miles de sus seguidores empujados al exilio por un Kremlin cada vez más represivo que ha respondido a cualquier crítica a su invasión a Ucrania hace dos años con duras sentencias de cárcel.

El movimiento político de su marido y su fundación, que expuso la corrupción en las altas esferas, fueron declarados organizaciones extremistas en 2021 y se les prohibió operar en Rusia.

Aunque no descartan las dificultades, amigos y asociados creen que Navalnaya, de 47 años, tiene posibilidades de triunfar gracias a lo que llaman su combinación de inteligencia, aplomo, determinación férrea, resiliencia, pragmatismo y poder de estrella.

También es –inusualmente– una figura femenina prominente en un país donde las mujeres reconocidas en la política son una rareza, a pesar de sus muchos logros en otros campos.

Aparte de la amplia autoridad moral que ha adquirido tras la muerte de su marido, dijeron los analistas, podría beneficiarse de una brecha generacional en Rusia, donde los rusos más jóvenes, postsoviéticos, aceptan más la igualdad de género.

Tan pronto como Navalnaya hizo su declaración el lunes, la maquinaria de propaganda estatal rusa se puso en acción, tratando de retratarla como una herramienta de las agencias de inteligencia occidentales y alguien que frecuentaba centros turísticos y fiestas de celebridades.

Navalnaya nació en Moscú en una familia de clase media: su madre trabajaba para un ministerio gubernamental, mientras que su padre trabajaba en un instituto de investigación. Sus padres se divorciaron y posteriormente su padre murió cuando ella tenía sólo 18 años.

Se licenció en relaciones internacionales, luego trabajó brevemente en un banco antes de conocer a Navalny en 1998 y casarse con él en el 2000. Ambos eran cristianos ortodoxos rusos.

Su hija, Daria, quien ahora es estudiante en California, nació en 2001 y su hijo, Zakhar, en 2008. Asiste a la escuela en Alemania, donde vive Navalnaya.

Aunque no era abiertamente política, ella siempre apareció al lado de su marido en manifestaciones y durante sus numerosos procesos judiciales y sentencias de cárcel.

Estuvo con él nuevamente durante su campaña para Alcalde de Moscú en 2013, y en 2017, cuando un ataque con un tinte químico verde casi lo cegó de un ojo.

En 2020, cuando Navalny fue envenenado, exigió públicamente a Putin que su marido fuera evacuado en ambulancia aérea a Alemania y, durante sus 18 días en coma, permaneció a su lado, hablando con él y tocando sus canciones favoritas como “Perfect Day” de Durán Durán.

“Yulia, me salvaste”, escribió Navalny en redes sociales tras recuperar el conocimiento.

Navalnaya sufrió un intento de envenenamiento en Kaliningrado un par de meses antes que seguramente estaba destinado a él, dijeron sus amigos, pero ella no insistió en ello.

Navalnaya ha sido comparada con otras mujeres que han recogido banderas de batalla política de maridos asesinados o encarcelados. Entre ellos se encuentran Corazón Aquino, cuyo marido fue asesinado a tiros cuando bajaba del avión desde su exilio en Filipinas en 1983; luego derrotó al arraigado y despótico Presidente Ferdinand Marcos.

También está Sviatlana Tsikhanouskaya, quien lideró la oposición en las elecciones presidenciales de 2020 en Bielorrusia, vecina de Rusia, después de que su marido fuera encarcelado. Ella misma se vio obligada a exiliarse.

En última instancia, los analistas sugirieron que una “persona normal” con autoridad moral podría tener éxito donde un político profesional no podría.

“Quiere cumplir la tarea que Alexei trágicamente dejó incompleta: hacer de Rusia un país libre, democrático, pacífico y próspero”, dijo Sergei Guriev, amigo de la familia y destacado economista ruso que es rector del Instituto de Estudios Políticos de París.

“Ella también va a demostrarle a Putin que destituir a Alexei no destruirá su causa”.